segunda-feira, 19 de abril de 2010

EL JULI, O REI, PELA PORTA DO PRINCIPE EM SEVILHA

Sexta Feira dia 16 de Abril.
Foi um dos dias mais felizes da minha vida de aficionado.
Depois de dez anos de alternativa e de muitas injustiças, eis que Julian Lopez "EL Juli", finalmente, saiu pela mítica Porta do Principe em Sevilha após ter cortado três orelhas a dois toiros de Ventorrillo.
Vejam o que disseram os meios de comunicação.



Y El Juli -lo tenía entre ceja y ceja- salió por la Puerta del Príncipe once años después de que saliera con su imaginación desde la enfermería. No le paró la lluvia ni los toros -cuando un torero está así, le sirven casi todos- y el presidente Teja compensó al gusto del público. Si cada faena era de oreja y media, pues suman tres. Merecido premio a un torero valeroso y poderoso.
Lo mejor: El Juli, catedrático del toreo
El arte del toreo consiste en expresar un sentimiento hondo, profundo, misterioso… que nace desde lo más profundo de las entrañas a toda la concurrencia. Ese quejío interior puede manifestarse de múltiples maneras, pero cuando es de verdad, arrebata, enloquece y hasta perturba a las almas más sosegadas. Y así lo demostró Julián López, que a buen seguro, llegó al hotel vacío, vano, deshecho, hueco por dentro, porque en el coso maestrante dio una egregia lección de Tauromaquia catedralicia, espléndida y contundente. No hubo ninguna mácula en ninguna de sus dos actuaciones. Su comportamiento fue macizo de principio a fin. Las verónicas recogieron la embestida como seda suave que conduce la embestida por el laberinto que impone el matador. Las sedosas chicuelinas hilvanadas a dos tijerillas templadas de empaque sin igual, fueron una loa a la perfección capotera. Al primero lo mimó, lo templó y enceló en la bamba escarlata de su muleta, bajo una lluvia tan cristalina como su toreo. A base de tesón y consumada técnica, no lo rozaron la muleta ninguna vez, construyó un poema de rimas consonantes embriagadoras. Los derechazos, cuales versos polifónicos, nos trasportaban a una eternidad siempre soñada y pocas veces conseguida.
El discurso nos embebía en una poesía clásica, es decir, eterna. Y en el instante preciso, cuando ya estaba todo el pescao vendido, cinceló el inmejorable colofón: un circular que, por arte de birlibirloque, se transformó en un cambio de mano que nos abrió la puerta de la gloria. Y a matar o a morir… como mandan los cánones… El resultado fue un volapié perfecto y hundido hasta los gavilanes. El segundo de su lote era de otra condición… y el catedrático madrileño lo fue haciendo poco a poco, verso a verso, con la paciencia de un orfebre. Y la faena nos entusiasmó por una dicción impecable, por una conjunción de pases compenetrados… y por un final inteligentísimo en el que El Juli se enroscó al cuatreño tantas veces como quiso, ejemplificando con la sencillez de la virtud, el imperecedero principio matemático según el cual, el torero es la vertical y el toro la horizontal.
El resumen es bien sencillo: bajo la lluvia, que no para, consagración de El Juli, que abre la Puerta del Príncipe en una tarde redonda, de plenitud, a pesar de que el presidente le niega una oreja.

No me gusta hablar de los presidentes (ni de los árbitros, en el fútbol). Los toreros son los protagonistas. Hoy, el Sr. Teja se ha empeñado en serlo, negando incomprensiblemente a El Juli una oreja, en el primero de la tarde. Nadie en la Plaza podía imaginarse que lo iba a hacer, después de una faena completísima, rematada con la espada de forma espectacular. Todavía sigo sin entenderlo. He recordado una frase que me decía a veces Américo Castro, remedando el habla de los campesinos de su tierra natal: «¿Qué “quedrá”?» Las orejas —para mí, por lo menos— no importan demasiado. Lo que importa es el toreo. Una oreja discutida puede perjudicar al torero. El Juli, en cambio, ha salido reforzado por este incidente. La bronca ha sido épica y el diestro ha tenido que dar dos vueltas al ruedo a petición clamorosa del público. Pocas satisfacciones más grandes tendrá en toda su vida profesional.

Ya mostró en Valencia una seguridad técnica fuera de lo común. Hoy lo revalida en este conservatorio o aula del Arenal (Antonio Burgos «dixit») que es la Maestranza.
Sin hacer literatura ni dejarse llevar por la pasión, su faena al primero ha sido redonda, completa, desde las verónicas, con que lo recibe, al ralentí. (¿Cómo puede embestir un toro con esa suavidad antes de varas?). Luego, derechazos, cambios de mano, naturales. Cuando acorta las distancias, lo lleva cosido a la muleta, enlazando con adornos. Dentro de su línea (hay muchas válidas, en el toreo), no cabe más. Y un cañón con la espada. El cuarto es noble pero justo de fuerzas. El Juli lo cuida y, con buena técnica, va alargando su embestida. El final es de dominio absoluto, provoca la locura del público. He recordado una frase de Cañabate: «Los sevillanos aplauden gozosos porque “diquelan”; es decir, entienden, valoran lo bueno».
Más que estética, lo bueno de El Juli es el dominio, la técnica, la cabeza, el mando: las columnas de la tauromaquia clásica. Y la Maestranza lo sabe apreciar. Como decía Gerardo Diego, «no se puede ser un auténtico torero de Sevilla sin ser clásico».
Por eso, todas sus faenas han tenido una unidad, un sentido. Y las ha desarrollado en un palmo de terreno: así debía ser, según Corrochano, la faena perfecta.
Resumía Shakespeare: «La madurez lo es todo». Bajo la lluvia, en la Maestranza, El Juli ha lucido su plena madurez. Nunca podrá olvidar esta tarde.
El torero madrileño ha triunfado a golpe cantado. Todos los aficionados conocían su momento de plenitud torera, que estaba más que capacitado para armar un alboroto en la Feria, todo ello a poco que los toros le ayudaran un poco. Se han cumplido todos los augurios. El Juli ha roto la Feria con un triunfo indiscutible, contundente y sin nada que enturbie su gran tarde de toros.

Ha triunfado toreando, muy bien, bajo la lluvia. Aquella lluvia que un día le quitó el triunfo de clamor, no ha querido perderse la demostración de torero grande que ha ofrecido en el mismo escenario. El Juli ha forjado su triunfo sobre la base del buen toreo, que en algunos momentos se ha acompañado de gran belleza estética. Pero, por encima de otras circunstancias, ha sido un torero de una dimensión enorme.
Se llevó los dos toros mejores de la corrida de El Ventorrillo. Se vuelve a plantear la misma pregunta. ¿Por qué a los buenos toreros siempre le tocan los mejores toros? La respuesta está en esa capacidad que matadores de su corte tienen para someter, templar, mandar y ligar en los muletazos. Es como si los toros no pudieran eludir su compromiso con una muleta siempre puesta, con los toques precisos, el ritmo adecuado y la postura torera y marchosa. Es el toreo del dominio como primera meta para lograr apoderarse de la voluntad de los astados, que acaban embistiendo con calidad ante el in flujo poderoso de la tela roja que les conduce como un látigo de seda. Es un toreo de poder y suavidad. Así embisten los toros.

Fue bueno el que abrió plaza. La faena la cimentó sobre la diestra en pases de mando, se vino algo abajo con la izquierda, para acabar ligando con precisión en circulares y de pecho engarzados como un collar de perlas.
El cuarto tenía algún problema que resolver, como un viaje más corto. Nada que El Juli, en estado de gracia, no pudiera solucionar con ideas muy claras y las muñecas rotas. Los pasajes finales de esta faena fueron más bellos. Fue la culminación de una tarde para la historia, que había comenzado con los lances preciosos de capa, los quites, todo un concierto que vale, de forma sobrada, el mayor premio del toreo.
El dios de la lluvia se asomó a la Maestranza para conocer si hay hombres que burlan la muerte con arte. Y bajo su manto, se encontró un volcán de buen toreo llamado El Juli, que en lugar de cenizas, arrojaba maestría, casta y naturalidad. Un volcán que ligaba las suertes en el fuego de la ligazón, con una fuerza de torería y firmeza endiablada, que ascendía tendido arriba, enloqueciendo al público. La lava del toreo, ese toreo de muleta que desciende de arriba a abajo para someter al toro, llegó a convertir la Maestranza en un inesperado manicomio de Miraflores.
En este manicomio quien pareció perder la cabeza fue el presidente, Francisco Teja, quien concedió a El Juli sólo una oreja por una faena magistral, rematada perfectamente con la espada. Y que en su segundo toro, compensó con dos trofeos otra gran faena, que en este caso sí podía ser de una. Tampoco era de recibo celebrar una corrida en la que horas antes llovía en Sevilla y en la que los pronósticos advertían que llovería durante el espectáculo, como así sucedió.

El Juli cuajó una faena memorable, que brindó a la infanta Elena. Se las vio con un primer toro astifino bravo, noble y repetidor. Ilusión se llamaba el ejemplar de El Ventorrillo, que lidió una corrida en conjunto bien presentada y de juego desigual. Y con Ilusión, esperanza cumplida de un torero convertido en amo y señor de lo que realizaba.

El Juli derrochó variedad capotera, con hondas verónicas. La apertura de la faena rezumó torería. Luego llegó la locura cuando, con la diestra, toreó con sumo temple. En una de las series llegó a dictar una lección torera esencial: bajó la mano, sometió al toro, alargó los muletazos lo indecible y… ligó. Todo con esa facilidad que sólo poseen los elegidos para el arte de Cúchares. Con la izquierda también plasmó esas verdades en otra tanda. Hubo un circular invertido en el que imantó al toro como si lo hubiera hipnotizado. El público gritaba y aplaudía a rabiar. Las voces y las palmas salían bajo una nube de gigantescas setas negras, de paraguas. ¡¿Cómo podían aplaudir algunos, mientras se resguardaban bajo esos incordiantes utensilios?! Estoconazo hasta la bola, en todo lo alto, perdiendo el engaño. El toro se mantuvo, con bravura, hasta rodar como una pelota. Y todo el mundo enloquecido, menos el presidente, al que el público increpó con insultos de todo tipo. El Juli dio dos vueltas al ruedo clamorosas, envueltas en una ovación interminable y atronadora.

Cuando saltó el noble cuarto, Botijito, nadie precisaba más agua. Pero comenzó a jarrear sin contemplaciones. El torero madrileño se lució a la verónica. Con la derecha: poder y temple. El toreo en redondo, con cadencia, parecía inspirado en una melodiosa sinfonía. Y todo, en aires dominadores, saliendo con garbo y marchoso de las suertes. Estocada contundente.

Antonio Lorca. El Juli la arma gorda

Sevilla vivió ayer durante la lidia del primero de la tarde uno de esos episodios que engrandecen la tauromaquia: un torero en plenitud que, al final, salió a hombros como gran triunfador, un toro dulce y noble, una faena emocionantísima, un presidente valiente y serio, muy serio, y un público embravecido, que rugió de emoción, primero, y de enojo, después, cuando el usía se negó en redondo a conceder la segunda oreja al protagonista de tan interesante suceso.
Julián López El Juli se hace llamar en los carteles y es torero de postín, y llegó a Sevilla a decir que es maestro en sazón y catedrático de la técnica y el temple. Y le tocó un toro guapo, noble y dulce como el almíbar que embestía con música celestial en el empuje. Lo recibió El Juli con magníficos lances a la verónica, el toro embarcado en los vuelos del capote, un verdadero canto a la creación artística. Como por ensueño se hizo presente el toreo en todo su esplendor. Comenzó la faena de muleta por ayudados lentísimos, y continuó con una tanda de derechazos hondos, sintiéndose torero por los cuatro costados; y sin solución de continuidad se cambió la franela a la izquierda y el natural brotó largo e inmenso. Hubo dos tandas más con la derecha, y un circular, y otro invertido, un compendio de técnica, oficio, temple y mando. El toro seguía embistiendo con dulzura, ayuno, quizá, de fiereza y codicia, como prefieren las figuras de hoy. Con la izquierda bajó el diapasón de la calidad, hubo menos ligazón, los pases resultaron despegados y la emoción no fue la misma. Unos preciosos recortes finales y un airoso molinete dieron paso a una estocada algo trasera, perdiendo la muleta en el encuentro. El toro tuvo una muerte espectacular y los tendidos se poblaron de pañuelos.
Y se armó gorda, muy gorda… El presidente, Francisco Teja, concedió la primera oreja, se guardó el pañuelo y se mantuvo en sus trece a pesar del griterío ensordecedor del respetable que no entendía tan drástica decisión. El Juli fue obligado a dar dos vueltas al ruedo y la bronca que se ganó el señor Teja fue de las que hacen época.

¿Y? Pues, que muy bien. El presidente consideró que la gran faena de El Juli no había sido perfecta, que no lo fue. Además, elevó el nivel de exigencia de esta plaza, que está por los suelos; y tercero, ¡viva la polémica! Ojalá cada tarde hubiera motivo para mentarle la familia a quien preside, porque sería la expresión de que esta fiesta está viva y no mortecina y lánguida. Ningún principio se hubiera conculcado si el torero pasea las dos orejas, pero La Maestranza es desde ayer más prestigiosa gracias a un presidente valiente.
Y llegó el cuarto, otro toro noble y dulzón que viene a corroborar una tarde de gloria. Lo toreó El Juli maravillosamente a la verónica, se quedó sin picar porque no le acompañan las fuerzas, permitió un lucido tercio de banderillas, y llegó al tercio final para que el torero coronara su gesta. Por bajo comenzó, henchido de elegancia, y el toreo con la derecha derrochó temple y ligazón; tanto, que algunos muletazos resultaron sencillamente extraordinarios. Otra vez la mano izquierda no fue buena, hasta que le cogió el aire y algunos naturales remontaron el vuelo. El toro tardó en morir, pero el presidente no lo dudó: sacó los dos pañuelos de manera casi simultánea para confirmar que premiaba el conjunto de una tarde completa. Pero, ¿fue de dos orejas esta segunda faena? Pues también admite dudas.

Muy bien “El Juli” con el capote, o mejor, extraordinariamente bien, tanto en el recibo como en el quite posterior a la verónica.
Bueno el toro, pero no tanto, pues para que durara hasta el final fue decisiva la técnica y la generosidad del torero, midiéndole el castigo, llevándole a media altura y con suavidad, “ayudándole” en definitiva a recorrer el último tramo de cada pase, necesario para conectar con tanta fuerza.
Pases bonitos y seguidos, templando y aguantando, circunstancia esta última referida sobre todo al valor. No permitió “El Juli” que el toro perdiera su velocidad, para mantener a su vez el ímpetu de la faena. Calidad toda por parte del torero.
La estocada, sin puntilla, aunque perdiendo la muleta en el embroque. El presidente sabrá porqué se guardó el segundo pañuelo. La bronca que se llevó fue monumental.
Y ya en el cuarto, versión corregida y aumentada del toreo mandón y poderoso de un “Juli” que esta vez sumó aroma y profundidad. Aquí, sí, el presidente demostró que también tiene sensibilidad al asomar los dos pañuelos de una vez, sin esperar a que la gente pidiera la segunda oreja.
Quedaba claro que una la concedía el público, con la plaza blanca por completo, y la otra el presidente Teja, por fin buen aficionado.
Faena ideal de principio a fin, que hizo irresistible la Puerta del Príncipe.

El Juli compensó la lluvia, que caía fuerte poniendo entre las cuerdas la celebración del festejo. No importó. En verdad no importó nada cuando Julián sorprendió así de primeras con un quite de lo más torero. En la antítesis del mero recurso, toreó el madrileño con el capote. Una belleza para paladear, como se hace con las cosas buenas que dejan sabor, poso, recuerdo y el ánimo de verlo repetido. Era el primero de la tarde. Ese que tiene la maldición de abrir plaza y pasar discreto. Acertó El Juli, colmado de torería, y le cuajó al noble y bravo animal la faena que se merecía.
Suavidad en el comienzo, eran puras caricias esos muletazos que prologaban el toreo rotundo, largo y a más que ejercitó por el derecho. Inspirado se cambiaba la muleta por detrás para rematar la tanda con un natural. Aquel célebre muletazo que le valió para reconquistar el corazón de Madrid. Y ahí mismo cayó entera y sin remilgos la afición de La Maestranza. Buen toro, gran torero. Lo bordó El Juli con la profundidad de lo verdadero. Embarcaba adelante el viaje, se lo pasaba por la barriga y buscaba encontrar en el más allá el fulgor del pase. Conquistó primero el pitón derecho, mas no se le resistió tampoco el zurdo, ni la seda para acabar faena. La labor de la armonía. Hundió la espada como un cañón, como un huracán bajo la lluvia. Se hundía también Sevilla, que había crujido en sonoros olés desde sus cimientos. La plaza se volvió blanca, con la Infanta Doña Elena incluida pidiendo trofeos a pesar de la lluvia sin tregua, de los paraguas, de lo difícil de los chubasqueros… Ardía Sevilla por premiar al torero. Su triunfo era de ley, así lo entendimos todos menos el presidente, que nada más concedió una oreja. Dos vueltas al ruedo tuvo que darse el madrileño ante la afición volcada, entregada, en medio de una bronca descomunal por haberle robado la segunda. No tenía sentido negar la evidencia, pero la tarde era de El Juli y sólo él tendría la última palabra.
Echó la pierna para adelante y sacó pecho para torear de capa al cuarto. Hasta la misma boca de riego lo llevó por verónicas, con duende la media. Presagio de lo bueno. Antes de ponerle el primer par de banderillas ya estaba Julián con la muleta en la mano y toreando al viento, como si no pudiera contener la ambición. Derecho se fue al público, para un brindis que sonaba a romance. Y se puso a torear. Valen las mayúsculas. Esta vez para coser los pases por abajo, diestros, enredado toro y torero. De abajo a más abajo el muletazo. Toro bueno, largo iba al engaño, noble y justiciero. Cómo lo expresó el espada. Roto de entrega, atacado de orgullo, inteligente en los toques, técnico para llevarlo y pasional para entregarse sin medida. Monumental en los derechazos, en el breve espacio que ocupa una moneda construía el toreo entero. Una tanda, otra, otra más y esos pases de pecho que tocaban la lluvia del cielo. Ni crisis ni penas, todas se olvidaron cuando Julián se enfrentaba al juicio final de la suerte suprema. Y ocurrió, como tarde histórica de las que dejan huella. Detrás de la espada se fue, se atracó de toro, y quiso el acero entrar hasta la bola, en la misma yema. Dos pañuelos blancos asomaron instantáneos como rendición a un 16 de abril que retumbará en su carrera. La Puerta del Príncipe a sus pies, agarrada con fuerza en la mano, despertada de una noche de sueños. Esta vez sí, la cruzó en hombros y en medio del clamor popular. Once años después de haberla cambiado al caer herido y camino de la enfermería. Hay tardes que no les cabe más que un nombre y la de ayer se llamaba Julián. Julián López «El Juli». Torerazo. Una nota: no paró de llover, pero nadie abandonó su asiento.
Esta Fiesta de pasiones, de pasión y muerte, se llevaba al torero a hombros camino del Guadalquivir. Menudo romance consumado.

Se abre el capote de Julián López “El Juli” y avanza silenciosamente su estela hacia el centro del ruedo para que en cada embestida del toro nazca una, dos y hasta seis verónicas inmaculadas guiadas por el mando y la pureza más absoluta. Cante hondo que se continúa en un soberbio quite por chicuelitas y tafalleras alternadas frente a los caballos. No se puede torear con más poderío y rotundidad, y es que El Juli ya no es un niño como nos quieren hacer ver, sino todo un profesional maduro que nada deja para el azar cuando lleva su firma y dirección en la lidia. De la brega al percal nos encontramos en un suspiro, nobleza obliga frente a semejante máquina de embestir. Comienza la faena muy toreramente por alto, le siguen unos cambios de mano invisibles y algún pase de pecho interminable, para dar paso definitivamente a cuatro series, dos con la diestra y otras tantas con la muleta en la mano izquierda de hasta cinco muletazos seguidos y ligados de manera sublime que hacen reventar la plaza. Su figura apolínea se agiganta milagrosamente hasta tocar el Giraldillo para recoger una y otra vez la palma del toreo. Las últimas notas llevan arrastradas los olés sordos de todos los tendidos que ven como su cuerpo ahora se enrosca en un circular inmenso como las líneas del tercio. De su brazo nace la estocada rotunda como la faena que silencian para siempre al toro en un derribo magistral como cuando se acosa a campo abierto. Maestranza blanca por abril, bañada por un mar de pañuelos agitados locamente al aire que vuelan y sobrevuelan el palco del Sr. Teja hoy empeñado en ser el protagonista. Se concede la oreja y se le niega la segunda que por justicia y gloria merecía el maestro. No importa, Julián se dice para si mismo: Lo siento Señor Teja, pero hoy yo vengo a triunfar, y vaya que si lo hizo.
Faenón consagratorio al cuarto de la tarde, de nombre “Botijillo”, otro toro más bravo, emocionante y exigente que su primero pero que con el paso del tiempo le daría la trascendencia y solidez a su faena ortodoxa, a la tarde y a la deuda del torero con Sevilla. Julián se supera e impone ley al inflexible colorao que reclama insistentemente de todo un poco: distancias, alturas, tiempos, velocidad, colocación…vamos, que había que ser un Superhombre en definitiva. “El Juli” si le sobra algo es inteligencia, decisión y superioridad ante la adversidad y actúa de inmediato. De recibo instrumenta cinco verónicas muy asentadas que remata con una media de cartel a lo Ruano Llopis. Se cambia el tercio y en el caballo cumple el toro sin alharacas, debemos esperar un poco más a que rompa toro de la mano de su matador. A continuación en banderillas se descuelga “Botijillo” más por la derecha que por la izquierda, Julián lo ve claro de nuevo y así lo hace desplegando una batería de derechazos acompasados, largos y hondos agrupados en tres series en redondo para más tarde cambiar por naturales y cerrar función con dos circulares inolvidables, troquelados allí mismo y ya para siempre por el mismísimo Benlliure. Estoconazo sin comentarios, sencillamente sublime como todo lo que hizo en aquella tarde que le valió para obtener dos orejas que unidas a la anterior le permitieron salir por derecho propio definitivamente por la Puerta más celestial de todas, la del Príncipe.
Estamos convencidos que en su vida ya nada volverá a ser lo mismo tras cruzar las cadenas de Carlos IV, le cambiará su vida y es muy probable que se sienta obligado a mantener y salvaguardar el paraíso del toreo hoy asentado también sobre su maestría. ¡Enhorabuena querido Julián, al fin!

Jose Antonio Del Moral

Aunque todos los que hemos visto triunfar rotundamente a El Juli en las ferias que lleva sumadas en la presente temporada estábamos seguros de que en la de Sevilla saldría al menos una vez por la Puerta del Príncipe, lo que no podíamos adivinar era que, más allá del arte que tanto adorna a otros, alcanzaría cotas de absoluta perfección con los dos toros de El Ventorrilo que le correspondieron ayer. El tópico de “no se puede torear mejor” quedó sobrepasado por el gran maestro madrileño que goza este año de lo que se ha dado en llamar “estado de gracia”. Aun admitiendo la suerte que está teniendo con los toros casi todas las tardes, es tal su capacidad de conjuntar la técnica con el valor y la inteligencia que sus obras no tienen parangón.
Fue cierto que sus dos toros de ayer fueron buenos aunque con tal o cual defecto de menor cuantía que resolvió sobre la marcha sin venderlo porque ni falta que le hace. Pero también lo fue que, tanto con el capote en los recibos por verónicas templadísimas ganando terreno y en el precioso quite que hizo al primero combinando chicuelinas con tafalleras, como luego en sus dos grandiosas faenas de muleta, pudimos gozar con el torero en total comunión con los espectadores de dos obras verdaderamente magistrales. Y no solo eso, pues a su exactitud técnica, añadió un gustarse a sí mismo como muy pocas veces le habíamos visto. Si El Juli se recreó toreando como los ángeles, más nos recreamos los que tuvimos la suerte de verle en vivo.
Fueron dos faenas redondas y contundentes de principio a fin que remató con sendas magníficas estocadas. Ambas construidas sin una sola concesión a la galería y compuestas por las suertes fundamentales del toreo de muleta. Al natural, sobre todo, que es el pase más aristocrático del toreo, lo bordó literalmente. Por redondos de crecida redondez, valga redundancia, hasta lograr coser varios en una sola tanda como si fueran uno solo. Los de pecho, monumentales. Y los cambios de mano, las trincheras y los ayudados, de una portentosa conjunción rayando con lo milagroso.
Lo remiso del primer toro, obligó a El Juli a tirar siempre de él en cada pase, algo que dio más valor a su faena. Lección que superó increíblemente con el cuarto, un toro que al principio protestó, defecto que pulió El Juli imperceptiblemente, hasta conseguir que el animal mejorara su condición a medida que fue avanzando el singular trasteo.
Como no podía ser menos, la plaza entera sucumbió entregada a las obras de El Juli que, además, tuvo que competir consigo mismo porque no tuvo contrincantes, o así lo pareció, quizá afectados sus colegas por la aplastante actuación del madrileño.
El Juli, por la Puerta del Príncipe

El Juli está en el mejor momento de su carrera en una espléndida etapa de madurez profesional. El triunfo de ayer se veía venir. Ya había estado extraordinario en Vistalegre tras haber sido el gran triunfador en las Fallas de Valencia. Ayer El Juli consiguió una de las pocas cosas que todavía le quedaban en el toreo: salir por la mítica Puerta del Príncipe. Salió con tres orejas en la mano, pero deberían haber sido cuatro pues, de un modo absurdo e incompresible, el Presidente le privó de una oreja del primero. Dio otra vez una lección de sabiduría taurina. Y no solo de sabiduría, también de pureza y de valor: su toreo siempre es asentado y por abajo.
Toreó muy bien con el capote a sus dos toros: tanto al suave y bonancible primero, como al más rebrincado cuarto. Además de un toreo mandón y comprometido a la verónica, brilló a gran altura un bonito quite por talaveranas al primero de la tarde. Estuvo magistral en los dos toros: el primero era un toro muy noble con el defecto de salir un poco con la cara arriba; el cuarto, sin embargo, fue mucho más exigente...
Toreó impecablemente a los dos, en dos faenas marca de la casa, llenas de rotundidad y autenticidad. Muy asentado y corriendo la mano por abajo, en series muy bien trazadas y con una perfecta ligazón. La faena al primero fue más fácil, teniendo en cuenta la gran nobleza del toro. El cuarto embestía con más agresividad, pero el Juli encauzó muy bien la embestida de este exigente toro. Destacó sobremanera una muy buena serie con la mano izquierda y un final apoteósico con la mano derecha, enroscando varios muletazos a la vez. Quizá fue una faena más suave y estética la primera, pero más meritoria la segunda, porque el toro imponía más... Otra gran virtud del Juli es su contundencia estoqueadora.
A este torero casi nunca se le van los triunfos. Y es que una de las obligaciones de una figura del toreo, además de cuajar a todos los toros que tengan posibilidades, es matarlos de una gran estocada para que el triunfo no se esfume. Dos estocadas de entrega, tanto al primero como al cuarto. Destaco esta estocada al cuarto por lo derecho que se fue tras la espada.

El Juli suma y sigue. Hacía muchos años que no se veía a un torero en una racha triunfal como esta de El Juli. Y ahora queda Madrid, donde siempre ha estado muy bien, aunque nunca se le ha hecho justicia. Pero, tal como está el Juli este año, seguramente que Madrid también se le va a rendir.



3 comentários:

  1. Caro Amigo Raul C.

    Foi uma excelente faena. El Juli é um EXCELENTE Toureiro e ao sair triunfador na Mestranza é algo de muito Gratificante.
    Um Grande Abraço
    RM

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  2. No dia seguinte, de manhã, em jeito de tertúlia, no treino de um Grupo de Forcados, as opiniões eram unânimes :El Juli, enorme, monstro sagrado do toureio actual, inesquecível e muitos outros adjectivos de qualidade.
    Para o presidente da corrida : cartão vermelho, com muitos "jogos" (corridas) de suspensão !!!

    Abraço,

    N.V.

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